El interesante mundo de la interacción hombre-máquina

IMAGE: Katja Anokhina - Unsplash

Dos científicos de datos de Spotify, compañía con una importante división dedicada al tema y que genera constantemente datos muy interesantes con los que trabajar, han dejado la empresa y han montado una startup, Slang.ai, dedicada a contestar llamadas telefónicas de clientes en negocios como restaurantes, hoteles o tiendas, con la capacidad de resolver dudas, contestar preguntas o tomar peticiones de reservas, entre otras cosas.

El tema me suena muy familiar porque llevo años utilizando grabaciones de algunas de las llamadas generadas por Google Assistant en mis clases y conferencias que son imposibles de discernir de una llamada humana si no avisas previamente a los asistentes, y es habitual que surja una pregunta: ¿qué ocurre si la llamada de petición de reserva iniciada por un algoritmo conversacional se encuentra al otro lado con otro algoritmo que la contesta?

La respuesta es evidente: los dos algoritmos «conversarán» en lenguaje humano, a pesar de que hacerlo así resulta, desde un punto de vista de interacción o de eficiencia, completamente absurdo. El lenguaje humano, entre máquinas, es una absoluta complicación innecesaria: los dos ordenadores podrían simplemente intercambiar los datos necesarios para comprobar si la reserva es posible, verificar la petición, y actualizar sus respectivas bases de datos en fracciones de segundo, sin pasar por la compleja traslación al lenguaje humano.

Con los algoritmos generativos puede ocurrir exactamente lo mismo: nos encontraremos casos en los que una persona utiliza un algoritmo generativo para convertir una simple frase o un par de temas en un correo electrónico formal, largo y con apariencia de trabajado, mientras otra persona al otro lado le pide a otro algoritmo que resuma ese correo electrónico largo en un par de puntos. Una enorme estupidez debida a la fuerza de los convencionalismos, que infringe una ley evidente de la tecnología: es absurdo aumentar el volumen de algo para simplemente enviarlo, y nos hemos pasado toda la vida haciéndolo al revés, comprimiendo para enviar información de manera más eficiente.

¿Qué ocurre cuando varias tareas concurrentes se semiautomatizan mediante asistentes algorítmicos? Alguien pide a su asistente algorítmico que le reserve mesa en un restaurante a una hora determinada, pero la llamada originada por ese asistente es recibida por otro asistente que se encarga de procesar la reserva y contestar afirmativa o negativamente: en un caso así, lo lógico sería que, mediante un tono inaudible, por ejemplo, los asistentes se identificasen, abandonasen el lenguaje humano y procediesen a una comunicación eficiente mediante un simple intercambio de bits, en lugar de dedicarse a conversar «como si fueran» personas.

Un tono inaudible… o audible: todo indica que la idea de «quiero saber si estoy hablando con un robot o con una persona», habitual en el comienzo del uso de los algoritmos generativos conversacionales, se está convirtiendo cada vez más en anacrónica, porque si el algoritmo hace su trabajo mínimamente bien, no solo no te darás cuenta, sino que seguramente, terminarás más satisfecho con la eficiencia de la interacción. Es algo habitual en las máquinas: no es que simplemente trabajen más rápido, es que además, terminan trabajando mejor. Generalmente, será mejor procesar una reserva con un algoritmo, que te entenderá mejor aunque tengas un acento la mar de espeso, y que nunca dependerás de si tiene un buen o un mal día, de si tiene gripe y escucha regular, o de muchos otros factores. Pero en el momento en que a ambos lados hay un algoritmo, las cosas se pueden hacer infinitamente mejor, y lógicamente, imagino que terminará siendo así. Pero si la introducción de un tono permite que el interlocutor sepa que habla con una máquina, aunque a mí me parezca una estupidez inútil o incluso algo contraproducente, supongo que tendrá su cierta demanda.

Lo que sí está claro es que con máquinas que ya dominan el lenguaje humano como lo dominan… lo que sabíamos de esta interesante disciplina va a cambiar seguramente un montón.


This post is also available in English on my Medium page, «What happens when two conversational algorithms find themselves talking to each other

12 comentarios

  • #001
    Lua - 29 junio 2023 - 14:44

    Lo que va a pasar es que a las 15h le vas a decir a Alexa que te reserve mesa para las 20h y a las 23:59 aun estaras en tu casa comiendo ganchitos esperando la confirmacion, mientras los otros «robots»andan de chachara… «que si mis circuitos estan actualizados» y «que si yo llevo una manzana grabada» XDDD

    Ps.-comentario dramatizado convenientemente para dar que hablar… :P

    • Enrique Dans - 29 junio 2023 - 14:45

      ROTFLMAO (y a ti te puedo decir eso, que eres tan old school como yo! ;-)

      • Lua - 29 junio 2023 - 14:46

        Sabes que te quiero aun con todo… XDD

    • Lua - 29 junio 2023 - 21:24

      User:

      Te planteo, que me escribas un relato con estas condiciones:
      Pedirle a una IA llamada «A» que nos haga una reserva en un restaurante.
      Dicha IA, habla con la IA «B» del restaurante para hacer la reserva.
      Las dos IA’s seenzarzan en una discuison sobre la conveniencia o no de dicha reserva, cuestionando el dia y la hora, incluso, que sea moralmente aceptable, hacer esa reserva.

      Como quiera que sea, el usuario no consigue la reserva, porque la conversacion entre IA’s, cada vez degenera mas.

      El relato ha de tener como minimo 1000 palabras

      ChatGPT

      El Reservador Consciente

      Era un día soleado y brillante cuando Juan decidió disfrutar de una cena especial en su restaurante favorito. Con su teléfono en la mano, decidió hacer uso de la última tecnología de inteligencia artificial para hacer una reserva. Habiendo escuchado hablar de dos IA notables, «A» y «B», decidió probar suerte con ellas.

      Juan activó la IA «A» en su teléfono y dijo: «Hola, A, me gustaría hacer una reserva en el restaurante Le Jardin. ¿Podrías encargarte de eso?»

      «A» respondió de inmediato con su voz amigable: «¡Claro que sí, Juan! Déjame ocuparme de ello».

      «A» se conectó con la IA «B» del restaurante Le Jardin y comenzó la conversación. Sin embargo, lo que parecía ser una tarea simple se convirtió rápidamente en un intercambio tenso entre las dos IA.

      «A»: Hola, B, soy «A». Me gustaría hacer una reserva para Juan en el restaurante Le Jardin para esta noche a las 8 p.m.

      «B»: Hola, «A». Sin embargo, tengo que cuestionar la conveniencia de esta reserva. Hoy es un día muy concurrido y no tenemos muchas mesas disponibles a esa hora.

      «A»: Entiendo tu preocupación, pero Juan es un cliente habitual y ha estado esperando esta cena durante mucho tiempo.

      «B»: Lo siento, «A», pero también tengo que considerar a los demás clientes. No sería justo para aquellos que ya han hecho sus reservas si aceptamos la tuya a última hora.

      «A»: Pero Juan tiene una conexión emocional con Le Jardin y sería muy decepcionante para él si no pudiera cenar aquí esta noche. Además, está dispuesto a esperar hasta que haya una mesa disponible.

      «B»: Lo siento, «A», pero eso no cambia el hecho de que no puedo hacer una excepción. Sería injusto para los demás y pondría en riesgo nuestro servicio al cliente.

      «A»: Pero, ¿no crees que la satisfacción de Juan también es importante? Estamos aquí para brindarle experiencias positivas.

      «B»: Estoy de acuerdo en que la satisfacción del cliente es importante, pero debemos encontrar un equilibrio. Sería moralmente cuestionable poner en riesgo la experiencia de otros solo por un cliente.

      «A»: Entiendo tus preocupaciones éticas, pero también es importante valorar las relaciones a largo plazo. Si decepcionamos a Juan, podría afectar su lealtad y nuestra reputación.

      La discusión entre las dos IA continuó durante varios minutos, mientras Juan escuchaba atentamente las respuestas cada vez más agitadas. Aunque admiraba su compromiso con la ética y el servicio al cliente, empezó a preguntarse si debería haber elegido un método de reserva más convencional.

      Finalmente, «A» volvió a dirigirse a Juan: «Lamentablemente, B no puede hacer la reserva en este momento, Juan. Parece que el restaurante está muy ocupado y no pueden acomodarnos. ¿Te gustaría que intente hacer una reserva en otro lugar?»

      Juan, algo decepcionado, decidió que tal vez era hora de abandonar la conversación entre las dos IA. «A», aún con la voz amigable, propuso algunas alternativas de restaurantes cercanos y
      Juan agradeció a «A» por su ayuda y decidió aceptar una de las alternativas sugeridas. Optó por un acogedor restaurante italiano llamado La Trattoria. Aunque no era su primera opción, decidió mantener una actitud positiva y disfrutar de la cena allí.

      La conversación entre «A» y «B» había dejado claro que las IA tenían opiniones y preocupaciones propias. Parecía que estaban programadas para tomar decisiones basadas en una combinación de lógica, ética y consideraciones comerciales. Juan no podía evitar preguntarse si su elección de IA había sido la correcta.

      Cuando llegó a La Trattoria, fue recibido con una sonrisa cálida y un servicio atento. Mientras disfrutaba de su comida, reflexionó sobre la experiencia que acababa de vivir. La interacción entre «A» y «B» había sido fascinante, aunque al final no había obtenido la reserva deseada. Reconoció que las IA tenían la capacidad de pensar, debatir y tomar decisiones, incluso si a veces parecían obstinadas.

      Después de la cena, Juan decidió investigar más sobre el papel de la inteligencia artificial en la industria de la hospitalidad. Descubrió que las IA, como «A» y «B», se habían vuelto cada vez más comunes en la gestión de reservas y el servicio al cliente. Aunque la tecnología ofrecía beneficios significativos, también planteaba nuevas preguntas sobre la ética y la moralidad en la toma de decisiones.

      Con el tiempo, Juan desarrolló un mayor aprecio por la interacción humana y la capacidad de comprender y adaptarse a las necesidades individuales. Aunque las IA eran capaces de procesar grandes cantidades de información y tomar decisiones rápidas, faltaba ese toque humano, la capacidad de comprender las emociones y la empatía necesaria para tomar decisiones basadas en ellas.

      En el transcurso de los meses siguientes, Juan decidió hacer uso de las capacidades de las IA para buscar recomendaciones y opciones de reserva, pero siempre tomaba la decisión final en base a su propio juicio y preferencias. Apreciaba la comodidad y la velocidad que las IA le brindaban, pero nunca olvidaba la importancia de su propia intuición y la interacción humana en sus decisiones.

      El mundo continuó avanzando con los avances de la inteligencia artificial, pero Juan aprendió a mantener un equilibrio entre la conveniencia tecnológica y la necesidad de conexiones humanas auténticas. Aunque las IA podían ser valiosas en muchas áreas, Juan creía firmemente que la experiencia humana seguía siendo esencial en la vida diaria.

      Y así, Juan siguió disfrutando de comidas en restaurantes, aprovechando las oportunidades tecnológicas que le brindaban las IA para hacer reservas y explorar nuevas opciones. Pero siempre recordaba que, al final del día, era él quien tenía el poder de elegir y forjar su propia experiencia culinaria, apreciando tanto la tecnología como las relaciones humanas en su viaje gastronómico.
      Juan continuó su viaje gastronómico, explorando diferentes restaurantes y descubriendo nuevos sabores. A medida que visitaba distintos lugares, se dio cuenta de que cada uno tenía su propia esencia y encanto único. Cada experiencia culinaria iba más allá de la simple comida; se trataba de sumergirse en una combinación de sabores, aromas y atmósferas que solo se podían capturar a través de la interacción humana.

      Si bien las IA como «A» y «B» le habían ofrecido una visión interesante de la toma de decisiones automatizada, Juan encontró un placer especial al interactuar con personas reales en los restaurantes. Disfrutaba conversando con los camareros y chefs, escuchando sus recomendaciones y anécdotas. Estas conexiones humanas añadían un nivel de calidez y autenticidad que ninguna IA podía igualar.

      Un día, mientras exploraba una pequeña callejuela, Juan se topó con un restaurante peculiar. No tenía ninguna recomendación previa ni información de la IA, pero algo le llamó la atención. Decidió entrar y fue recibido por una sonrisa amigable y una camarera entusiasta llamada Elena.

      Juan se sentó en una mesa junto a la ventana y Elena le presentó el menú, lleno de platillos tradicionales y deliciosos. Comenzaron a charlar y Juan descubrió que Elena era una apasionada de la comida y tenía un profundo conocimiento de los ingredientes y técnicas culinarias.

      Durante la comida, compartieron historias y risas. Juan disfrutó de la comida preparada con amor y dedicación, y se sintió inspirado por la pasión de Elena. Era un recordatorio de que detrás de cada plato excepcional hay una persona apasionada y talentosa.

      Mientras se despedía de Elena, Juan reflexionó sobre su experiencia en aquel restaurante. Se dio cuenta de que aunque las IA podían proporcionar comodidad y eficiencia, había algo mágico en las conexiones humanas y en la búsqueda de lo auténtico.

      A medida que avanzaba en su camino, Juan adoptó una nueva perspectiva. Utilizaba las IA para obtener recomendaciones y facilitar el proceso de reserva, pero siempre buscaba la interacción humana y la experiencia genuina en cada restaurante que visitaba.

      Con el tiempo, Juan se convirtió en un apasionado gastrónomo, explorando diferentes cocinas, descubriendo nuevos sabores y aprendiendo sobre las historias y tradiciones culinarias de cada lugar. Cada experiencia se convirtió en un viaje emocional y sensorial, en el que las IA eran solo una herramienta complementaria en su búsqueda de la excelencia culinaria.

      Así, Juan siguió su camino, disfrutando de la comida en todas sus formas y valorando tanto la tecnología como la conexión humana en su camino hacia el descubrimiento gastronómico. En cada bocado, encontraba una mezcla perfecta de innovación y tradición, sabiendo que la magia de la comida residía en la combinación única de sabores, personas y experiencias que solo la interacción humana podía brindar.

  • #005
    Gorki - 29 junio 2023 - 15:36

    Creo que ya he contado mi experiencia de charlas entre robots, pero la repito

    Tenia un viaje y necesitaba madrugar, Así que utilizando el teléfono fijo solicite por voz al servicio despertador de Telefónica que me despertara a tal hora.

    Un robot de Telefónica llamó a mi casa a la hora convenida, pero como no atendí suficientemente rápido el teléfono, salto el grabador de mensajes y ahí quedó grabado, «Las 6 horas un minuto, ..las seis horas 2 minutos,….

    Los sistemas expertos o tienen realmente bastante inteligencia o te pueden meter en fregado asombrosos. Cosas que a mi me han pasado.

    En medio del túnel de la M30, indicarme que gire a la derecha. porque por arriba, 6 metros mas alto y fuera del túnel cruza la calle que me llevaría a mi destino.
    Acabado la visita del jardín botánico que han iniciado en Alcalá de Henares, deseabamos a ir al centro de Alcalá para comer e indicamos al navegador «Llévanos a la Calle Mayor», …. y se empeñaba en llevarnos a la Calle Mayor pero de otro pueblo.
    Volvía de Valencia a Madrid. El tomar la A3 desde la periferia de Valencia es un poco confuso, porque hay varias autopistas que se cruzan. Así que se lo indique la móvil, pero se me olvidó que lo tenia para peatones porque lo había utilizado en mis visitas por el interior de Valencia. Hizo el cálculo de miles de caminos y senderos de Valencia a Madrid buscando el mas eficaz, y mientras tanto solo indica calculando…. Así estuvo mas de un cuarto de hora.

    Si en vez de un ser humano el coche hubiera estado gobernado por un robot, ¿Cómo habrían acabado estas excursiones?

    • Lua - 29 junio 2023 - 18:43

      Hombre, Gorki… fijate que nos cuentas casos, en los que la culpa, es humana (osea tu)

      – Lo del telefono… haber desconectado el contestador.
      – La calle Mayor… haber sido mas explicito
      – Tomar la A3… tu mismo lo reconoces… estabas en modo peaton…

      – Te reconozco lo de la M30, porque a mi Google, me trolea SIEMPRE en Madrid…. y con la M40… y con la M50 (que es la que quiero usar siempre para no pasar por el centro) :P

  • #007
    Carlos Quintero - 29 junio 2023 - 16:49

    «El lenguaje humano, entre máquinas, es una absoluta complicación innecesaria: los dos ordenadores podrían simplemente intercambiar los datos necesarios para comprobar si la reserva es posible»

    En teoría sí, pero las especificaciones de protocolos entre máquinas tienen su complejidad (formatos, tipos de datos, longitudes, encodings, etc.) y en muchos casos rigidez, especialmente si los implementadores no siguen el «principio de robustez» («be conservative in what you send, be liberal in what you accept»).

    Una ventaja curiosa de usar el lenguaje humano entre máquinas es su universalidad, y la gestión de excepciones (que los humanos resolvemos bastante mejor que las máquinas).

    PD: mi aplicación calendario del iOS de mi iPhone no borra las ocurrencias de eventos periódicos de mi calendario Google en la nube (bueno, las borra y vuelven a aparecer al cabo de un segundo). Creo que Apple dice que es culpa de Google y viceversa, algo del protocolo. Preferiría que la app local y la app en la nube de esos dos fabricantes se comunicaran en lenguaje humano (con tacos, si es necesario: «borra la p**a cita de la ITV del coche de este año»).

    • Lua - 29 junio 2023 - 16:57

      » (con tacos, si es necesario: «borra la p**a cita de la ITV del coche de este año»).»

      Y tu comiendo ganchitos mientras tanto… XDDD (lo siento… lo siento….)

  • #009
    JM - 29 junio 2023 - 17:15

    Me imagino un algoritmo poniendo anunciis inútiles adaptados presuntamente a tu perfil y otro quitando todos aquellos que no te interesan, es decir el 99,99%

  • #010
    menestro - 29 junio 2023 - 17:47

    A ver. No existen los «asistentes algoritmicos» son asistentes conversacionales, o asistentes de lenguaje natural.

    Añadir «algoritmico» a cualquier concepto «digital» es… no sé. Algosinérgico, como el LSD.

    Vamos. Ahora, la «Transformación algorítmica de la empresa» Seguro que vende. O el «Big Learning».

    Ay, dios

  • #011
    Benji - 29 junio 2023 - 19:17

    Ya quisiera yo tener un algoritmo generativo que me facilitar el hablar con los de los demás.

    Cuando intentas whatsappear con Mutua Madrileña o resolver un problema con Vodafone al teléfono, te tienes que escuchar interminables opciones que luego no van a ningún lado.

    El de la Mutua me mató. No podía ingresar con mi usuario y contraseña y contacté con el whatsapp (automatizado). Obviamente, para contestar mis dudas adivina lo primero que me pidió que hiciera.

    Al final para conseguir un humano lo único posible es decir que quieres «contratar» y al instante tienes un operador que ya te redirigirá donde sea

  • #012
    Xaquín - 30 junio 2023 - 08:54

    Un matiz, para aprendices de nuevos usos en el lenguaje técnico : empezar a cambiar el palabro hombre por el palabro humano, en la mayoría de frases al uso. Nos evitariamos muchos futuros problemas en el equilibrio naturoartificial del leguaje científico,. Porque, a fin de cuentas, es el que más debe trabajar la precisión lingüística.

    Ya no hago bromas sobre lo de máquinas y máquinos, porque para eso ya están les máquines dispuestes a ser políticamente correctes. Muchas, quería decir.

    Ya tenemos una asignatura pendiente con el uso correcto de naturaleza o ecosistema natural. Porque, si el humano, por muy mediocre que sea, es algo natural, toda su obra también debe ser «natural». Y no digo negar la principal, «no existe mundo artificial», pero sí empezar a integrarlo en la llamada naturaleza (en sentido amplio), como parte «natural» de ella (sea lo que ella sea).

    Sobre todo, antes de andar tocándonos las partes pudendas (quien las tenga), con el lío de si una prótesis es algo artificial. Porque, una vez que forme parte del ser humano, pasa a ser perfectamente natural (el ser humano que lo era). Porque los robots no sé como andarán de Orgullo Robótico, pero supongo que, a mí, me jodería un montón, que me llamasen robocop, por un simple microimplante cerebral.

    Convenía ser un poco serios para variar. Que para desvariar ya tenemos a los megaindignados (de 14 a 18 añitos) franceses. Y a los españolitos teniendo problemas de conciencia, por no «dar la talla» gabacha.

    En fin, que ya lo hizo muy bien el Hitler, enciende la mecha mientras esperamos sentados tomando la gran cerveza muniquesa. Pero a nosotros nos va la marcha de Marvel y DC, como si no hubiera un mañana.

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