Cuando llegué a Estados Unidos en 1996, recién aterrizado y todavía con jet lag, fui a abrir una cuenta en el Citibank más cercano al campus. El trámite parecía rutinario hasta que, al final, el empleado desapareció un momento y volvió con cara de satisfacción con dos gruesas cajas con forma de ladrillo. Las empujó hacia mí con una sonrisa profesional: «Here are your checks».
Dos ladrillos de papel pre-impreso con mi nombre, mi dirección y un número de cuenta, y una oferta para elegir los siguientes con un diseño personalizado. Mi mujer y yo intentamos explicarle que en toda nuestra vida en España, jamás habíamos utilizado cheques para nada. Nos miró con cara displicente, y nos dijo algo así como «trust me, you’ll need them».
Yo venía de un país donde, desde ...