Cada vez que surge una conversación sobre coches autónomos, aparece alguien blandiendo alguna de las variaciones del famoso dilema del tranvía como si fuera un argumento decisivo. Y no falla: la misma simplificación infantil, la misma reducción al absurdo, el mismo «¿y si el coche tiene que decidir entre matar a una anciana o a un niño?»
Por favor: aparquemos de una vez el maldito tranvía. Ese experimento mental, planteado en los años ’60 para discutir intuiciones morales, no tiene absolutamente nada que ver, ni la más mínima relación con cómo funcionan los sistemas de conducción autónoma. Usarlo para discutir su seguridad es una señal inequívoca de cuñadismo, de que no se ha dedicado ni siquiera un mínimo esfuerzo a ...