La decisión del gobierno de Donald Trump de permitir que Nvidia exporte su chip de IA H200 a «clientes aprobados» en China, con un impuesto del 25% sobre las ventas, debería suponer un vuelco muy serio en la estrategia estadounidense de contención tecnológica. Lo más desconcertante es que la concesión viene apenas meses después de revertir la prohibición sobre los chips H20.
Ese giro, precedido por intensas gestiones del CEO de Nvidia, Jensen Huang, convierte en absurdo buena parte del razonamiento que ha justificado vetar a ASML. Porque ASML es precisamente la empresa clave en la fabricación de máquinas litográficas de última generación, esenciales para producir chips avanzados. Desde 2023, las autoridades holandesas han adoptado sanciones de exportación que impiden a ASML suministrar sus equipos críticos a China.
El argumento para esa restricción ha sido siempre estratégico: negar a China las herramientas para fabricar chips punteros, y así mantener una ventaja tecnológica occidental. Pero si ahora Estados Unidos decide que al menos una parte relevante de esos chips (como los H200 de Nvidia) puede venderse a China, cabe preguntarse: ¿dónde está la lógica de excluir a ASML?
La contradicción se vuelve más evidente aún cuando recordamos que estas decisiones, tanto la reapertura de ventas de chips de inteligencia artificial como la prolongación del veto a ASML, pretenden preservar la supremacía tecnológica y asegurar una supuesta «soberanía». Pero en realidad, lo que está emergiendo es una estrategia compartida con carácter mercantilista: permitir exportaciones siempre que dejen réditos para USA (impuestos, ingresos, influencia), y penalizar exportaciones de herramientas de fabricación justamente para frenar la autonomía tecnológica china.
Ese doble rasero de permitir chips ya fabricados, pero negar las herramientas que permitirían fabricar chips propios revela que la «guerra de los chips» no persigue exclusivamente disuadir capacidades chinas, sino condicionar su autonomía. Y cuando los chips llegan igualmente, sea por vía directa, por subcontratación, por compra o por licencias, la restricción sobre ASML deja de tener fundamento práctico, y se convierte en un «renuncia tú a este mercado… porque a mí me da la gana».
En ese contexto, tiene perfecto sentido volver a plantearse que si no hay consistencia estratégica (y la administración Trump es el más claro ejemplo de decisiones erráticas, absurdas y además hostiles hacia la Unión Europea), ASML debería reanudar inmediatamente sus ventas a China. Porque lo racional no es prohibir tecnología, sino construir una estrategia propia: una Europa y un Occidente dispuestos a competir en soberanía tecnológica, no a ser meros vendedores condicionados por alguien que además, claramente, no solo no te quiere bien, sino que te insulta constantemente y se ha convertido en tu enemigo.
Por supuesto, abrir ese camino tiene riesgos geopolíticos, comerciales, de espionaje o de dependencia. Pero negarlo sistemáticamente mientras permitimos otras exportaciones, solo revela la incoherencia de un proyecto que ha confundido «control» con «dominación».
Si la prioridad fuera realmente la seguridad nacional o la ventaja estratégica, la medida podría incluso llegar a tener sentido. Pero lo que hemos visto hasta ahora es una negociación de beneficios, una versión tecno-tradicional de «nosotros nos llevamos tajada, tú puedes importar», disfrazada de guerra contra el ascenso chino y de argumento para que las empresas europeas no puedan progresar.
Y mientras esa ambivalencia siga gobernando las decisiones, la tecno-soberanía seguirá siendo, como tantas veces, una ilusión.

