La web ya murió, pero casi nadie lo sabe. Varias generaciones crecimos creyendo que la web era un espacio de libertad, creatividad y conexiones abiertas. Pero esa ilusión se desvaneció hace ya años: primero, las estrategias publicitarias intrusivas, después, los algoritmos de las grandes corporaciones como Google, Meta y su infinito listado de socios que nos espiaban constantemente, y que se adueñaron de cada byte de nuestra atención para revenderlo al mejor postor. La web como refugio, exploración o descubrimiento se convirtió en una trampa infinita de anuncios, trackers y manipulación constante. Ya no era la red que amábamos.
Hoy, las plataformas de inteligencia artificial generativa, una tecnología incipiente y en absoluto definitiva,