Como ya mencioné en artículos anteriores, a los ejecutivos les gusta mucho decir es de que «están integrando la inteligencia artificial». Pero la mayoría aún trata la inteligencia artificial como una característica, no como una base. La integran en los sistemas existentes sin darse cuenta de que cada automatización esconde una capa invisible de trabajo humano y un creciente conjunto de riesgos ocultos.
La inteligencia artificial puede estar transformando la productividad, pero también está cambiando la naturaleza misma del trabajo, la rendición de cuentas e incluso la confianza dentro de las organizaciones. El futuro del trabajo no se limitará a la colaboración entre humanos y máquinas: se centrará en gestionar las alianzas invisibles que surgen cuando las máquinas empiezan a trabajar con nosotros… y, a veces, a nuestras espaldas.
La ilusión de la automatización
Toda ola de cambio tecnológico comienza con la misma ilusión: una vez que automatizamos, el trabajo desaparece. Sin embargo, la historia cuenta una historia diferente. La introducción de los sistemas ERP prometía «eficiencia integral», solo para crear años de «trabajo en la sombra» corrigiendo incoherencias de datos y depurando integraciones. La inteligencia artificial está repitiendo ese patrón a un nivel cognitivo superior.
Cuando una inteligencia artificial redacta un informe, alguien aún tiene que verificar sus afirmaciones (¡por favor, no lo olvidemos!), comprobar si hay sesgos y reescribir las partes que no suenan bien. Cuando un agente resume una reunión, alguien tiene que decidir qué es realmente importante. La automatización no elimina el trabajo: simplemente lo traslada a un nivel superior, de la ejecución a la supervisión.
La paradoja es clara: cuanto más inteligente es el sistema, más atención requiere para garantizar que se comporte como se espera.
Un nuevo informe de McKinsey llama a esta «la era de la superagencia«, donde las personas dedican menos tiempo a realizar tareas y más tiempo a supervisar sistemas inteligentes que sí las realizan. Cuanto más inteligente sea el sistema, más atención requerirá para garantizar que se comporte como se espera.
El auge de la fuerza laboral oculta
Un análisis reciente reveló que más de la mitad de los trabajadores ya utilizan herramientas de inteligencia artificial en secreto, a menudo sin el conocimiento de sus gerentes. De igual manera, otra investigación advirtió que los empleados comparten silenciosamente datos confidenciales con chatbots de consumo, exponiendo a las empresas a riesgos de cumplimiento normativo y privacidad.
Esta es la nueva fuerza laboral silenciosa: algoritmos que realizan parte del trabajo, sin ser vistos ni reconocidos. Para los empleados, la tentación es obvia: la inteligencia artificial ofrece respuestas instantáneas. Para las empresas, las consecuencias son peligrosas.
Si estos «socios silenciosos» son modelos de consumo, los empleados podrían estar enviando datos confidenciales a servidores desconocidos, procesados en centros de datos ubicados en países con diferentes leyes de privacidad. Por eso, como advertí en un artículo anterior sobre BYOAI, las organizaciones deben asegurarse de que cualquier pregunta o indicación que los empleados utilicen se dirija a sistemas empresariales con la licencia adecuada.
El problema no es que los empleados usen inteligencia artificial, sino que lo hacen al margen de la gobernanza de datos.
Cuando la inteligencia se vuelve clandestina
El uso no autorizado de la inteligencia artificial genera más que un riesgo para los datos: fragmenta el aprendizaje colectivo. Cuando cada empleado depende de su propio asistente de inteligencia artificial, el conocimiento corporativo se fragmenta. La empresa deja de aprender como organización porque la información queda atrapada en los historiales de chat personales.
El resultado es una ineficiencia paradójica: todos se vuelven más inteligentes individualmente, pero la compañía se vuelve más tonta.
Las organizaciones deben tratar el acceso a la inteligencia artificial como una infraestructura compartida, no como una herramienta personal. Esto significa proporcionar sistemas autorizados y bien auditados donde los empleados puedan hacer preguntas de forma segura sin filtrar propiedad intelectual ni infringir la normativa. El modelo de inteligencia artificial adecuado, como bien sabe Microsoft, no solo es el más potente: es el que mantiene sus datos donde deben estar.
El trabajo humano oculto en los flujos de trabajo «inteligentes»
Incluso cuando se autoriza el uso de inteligencia artificial, introduce una capa de esfuerzo humano invisible que las empresas rara vez miden. Todo flujo de trabajo «asistido por inteligencia artificial» esconde tres formas de supervisión manual:
- Trabajo de verificación: personas que comprueban si los resultados son correctos y cumplen con las normas.
- Trabajo de corrección: editar, replantear o depurar el contenido antes de su publicación.
- Trabajo interpretativo: decidir qué significan realmente las sugerencias de la inteligencia artificial.
Estas tareas no se registran, pero consumen tiempo y energía mental. Son la razón por la que las estadísticas de productividad a menudo van a la zaga de la popularidad de la automatización. La inteligencia artificial nos hace más rápidos, pero también nos mantiene más ocupados: constantemente seleccionando, corrigiendo e interpretando las máquinas que supuestamente trabajan para nosotros.
La ética del trabajo invisible
El trabajo invisible siempre ha existido: en el cuidado de personas, la limpieza o la atención al cliente. La inteligencia artificial lo extiende a los ámbitos cognitivo y emocional. Detrás de cada flujo de trabajo «inteligente» hay una persona que garantiza que el resultado tenga sentido, se alinee con el tono de la marca y no viole los valores de la empresa.
Si ignoramos ese trabajo, corremos el riesgo de crear una nueva desigualdad: quienes diseñan y venden sistemas de inteligencia artificial son reconocidos, mientras que quienes corrigen sus errores discretamente permanecen invisibles. Las métricas de productividad mejoran, pero el coste real, la vigilancia humana que mantiene la credibilidad de la inteligencia artificial, pasa desapercibido.
Incluso los directivos que experimentan con «clones digitales» de inteligencia artificial admiten que no confían plenamente en sus dobles virtuales. La confianza, como se ve, sigue siendo tercamente humana.
La gestión de la colaboración silenciosa
Cuando la inteligencia artificial se integra en los flujos de trabajo cotidianos, el liderazgo debe evolucionar desde la gestión de personas a la gestión de la colaboración entre personas y sistemas. Esto requiere nuevos principios de gobernanza:
- Solo inteligencia autorizada: los empleados deben utilizar sistemas de inteligencia artificial con licencia de nivel empresarial. Sin excepciones. Cada consulta enviada a un modelo público supone una posible fuga de datos.
- Claridad en la residencia de datos: sepa dónde residen sus datos y dónde se procesan. «La nube» no es un lugar: es una jurisdicción.
- Transparencia por diseño: cualquier resultado asistido por inteligencia artificial debe ser rastreable. Si una inteligencia artificial ayudó a generar un informe, etiquételo claramente. La transparencia genera confianza.
- Retroalimentación como gobernanza: los empleados deben poder informar errores, alucinaciones y preocupaciones éticas. La verdadera protección contra la desviación del modelo no es una lista de verificación de cumplimiento: es una fuerza laboral vigilante.
La inteligencia artificial sin gobernanza no es innovación. Es negligencia.
La era de la supervisión cognitiva
Asistimos a la aparición de una nueva habilidad humana: la supervisión cognitiva, o la capacidad de guiar, criticar e interpretar el razonamiento de las máquinas sin realizar el trabajo manualmente. Se está convirtiendo en el equivalente corporativo a enseñar a alguien a gestionar un equipo que no comprende del todo.
Formar a los empleados en esta habilidad es urgente. Requiere ser consciente de los sesgos, la lógica y los límites de la automatización. No se trata de ingeniería rápida, sino de pensamiento crítico. Y es lo que distingue a las organizaciones que colaboran con inteligencia artificial de las que simplemente la consumen.
Las mejores empresas ya lo entienden. Están invirtiendo en formación, no solo en herramientas, y considerando la alfabetización en inteligencia artificial como una infraestructura estratégica. Un perfil reciente de los clones de empleados con inteligencia artificial de Viven reveló que la verdadera pregunta no es si la inteligencia artificial puede replicar a los trabajadores, sino si las organizaciones pueden gestionar las réplicas que crean.
Qué deben hacer ahora los directivos
Si diriges una compañía, asume que la inteligencia artificial ya forma parte de tus flujos de trabajo, independientemente de si la has aprobado o no. La tarea por delante no es impedir su uso, sino integrarla responsablemente.
- Audita tu exposición a la inteligencia artificial: identifica dónde tu personal ya utiliza herramientas.
- Ofrece alternativas seguras: si no, usarán lo que funcione, sea seguro o no.
- Reconoce el trabajo oculto: crea métricas que recompensen la verificación, la corrección y la interpretación.
- Integra la transparencia en la cultura: ningún resultado generado por la inteligencia artificial debe ocultar su origen.
Si se hace bien, la inteligencia artificial puede convertirse en un compañero de confianza que acelera el aprendizaje y amplifica la creatividad. Si se hace mal, se convierte en un socio silencioso e irresponsable con acceso a tus datos y sin ningún tipo de ética.
Una revolución silenciosa
La llegada de la inteligencia artificial al entorno laboral no esta siendo ruidosa ni escandalosa: es silenciosa, gradual y omnipresente. Se esconde tras interfaces pulidas, automatizándose lo justo para convencernos de que funciona por sí sola. Pero bajo ese silencio, se esconde una creciente capa de esfuerzo humano que mantiene el sistema ético, explicable y alineado.
Como líderes, nuestro trabajo es hacer que ese esfuerzo sea visible, medible y seguro. La inteligencia artificial más peligrosa no es la que reemplaza a las personas: es la que depende silenciosamente de ellas, sin permiso, supervisión ni reconocimiento.
Cuando la inteligencia artificial se convierta en tu socio silencioso, asegúrate de que sea alguien a quien realmente conozcas, en quien confías y con las licencias adecuadas. De lo contrario, podrías descubrir demasiado tarde que la colaboración, en realidad, nunca fue tuya.
(This article was previously published on Fast Company)

