Twitter, los trolls y el futuro

Twitter trollingTwitter vuelve a afirmar que se dotará de medidas para luchar contra los trolls y contra el acoso y los insultos en su red, un propósito que ya hizo hace algo más de un año, pero que ha tenido, en realidad, muy escasa trascendencia.

Al cumplir los diez años, Twitter continúa comprobando su problema de crecimiento: le resulta difícil encontrar propuestas de valor que lleven al usuario medio a compartir información de cualquier tipo, ante el riesgo de convertirse de repente en objeto de ataques de todo tipo por parte de una jauría de elementos que recuerdan mucho más a una turba enfebrecida que a ese mito de las llamadas smart mobs o multitudes inteligentes. Son ya numerosos los casos en los que una persona recibe de repente una visibilidad elevada por la razón que sea, pero termina tomando la decisión de abandonar Twitter ante los ataques de todo tipo que recibe por las razones más variadas. La red que pretende hacer de la facilidad e inmediatez de la publicación su propuesta de valor más clara tiene un serio problema derivado precisamente de esa facilidad e inmediatez: un número excesivamente elevado de descerebrados e idiotas utilizando cuentas habitualmente con seudónimo se dedican, mediante el insulto o la ironía descarnada, a competir por ver quién da un paso más allá de las líneas rojas que definen – o que deberían definir – la interacción social.

No es una cuestión de anonimato. Las cuentas en Twitter no son anónimas, sino seudónimas. La compañía puede colaborar – y lo ha hecho en numerosas ocasiones – a la hora de localizar infractores por diversos delitos, como puede también actuar directamente para limitar el daño producido. Como todo lo que ocurre en Twitter, los insultos quedan recogidos en un fichero log, y son mucho más trazables que en su equivalente en la calle o en el cara a cara. El anonimato no es el culpable: la responsabilidad recae en quienes dejan de actuar contra el infractor cuando podrían – y sin duda, deberían – hacerlo, convirtiéndose así en cómplices.

El problema del trolling en Twitter lo he sufrido de manera directa en varias ocasiones, y en una de ellas se convirtió incluso en una discusión con uno de los fundadores originales de la compañía, Biz Stone. Tras entrevistarle en Sevilla en noviembre de 2007 con motivo de su paso por el EBE, seguí su recomendación de reportar una cuenta que se dedicaba específicamente a practicar un tipo de parodia que, sin ser un insulto directo, sí podía calificarse entonces claramente como de acoso, para encontrarme con que las acciones de la compañía me dejaban claramente más expuesto al efecto de ese acoso que antes de haber hecho nada, como había sido mi intención inicial. Tras un breve intercambio de correos (que aún conservo) con una persona de su equipo en el que llegó incluso a pretender convencerme de que «aquello en realidad no era un insulto de acuerdo con sus criterios, o no era para tanto», terminé precisamente comentando que ese tipo de comportamientos de acoso e insultos en su red terminaría por convertirse en un obstáculo importante a su expansión. Algo que parece que Twitter ha tardado casi una década en comprobar.

Las fronteras entre el humor o la ironía y conductas como el acoso o el insulto son algo que, como en otros entornos no electrónicos, debe definir aquel que es precisamente objeto de dichos comportamientos. Si en el patio de un colegio preguntamos a un matón o bully si está acosando a una víctima, este responderá sin ningún genero de dudas que no, que él no está haciendo eso, que en realidad todo es una broma y que el problema está en el acosado. El abuso y la institucionalización de ese tipo de comportamientos lleva, de hecho, a que el resto del entorno los aplauda, los jalee y los vea como normales, o incluso a que la propia víctima termine por verlos como culpa suya. Años de estudios sobre situaciones de bullying llevan a este tipo de conclusiones: cuando algo parece inadecuado a los ojos de un observador o de la propia víctima, es que lo es, y todo intento de matizarlo se convierte en complicidad.

Ese precisamente ha sido el problema de Twitter: el intento por parte de la compañía de establecer algún tipo de métrica objetiva para determinar si un comportamiento era o no insulto o acoso, o bien si caía dentro de lo aceptable, en lugar de simplemente preguntar al insultado o acosado si se sentía como tal, se ha convertido en muchísimos casos en una abierta complicidad con los insultadores o acosadores, en un intento de respetar una supuesta libertad de expresión que, en la inmensa mayoría de los casos, resultaba no solo completamente inaceptable, sino abiertamente injusta. No hace falta métricas objetivas para definir un comportamiento de acoso: se sabe inmediatamente cuando se ve. Pretender que una persona, por el hecho de tener una cuenta de Twitter, tenga que aguantar determinadas expresiones, llámese ironía cruel, humor de mal gusto o abiertamente injurias, que nunca tendrían lugar en un intercambio normal de pareceres frente a frente es querer defender lo indefendible. Es pretender que la libertad de expresión se convierta en libertinaje para insultar a quien se nos ponga delante. Es, con el pretexto de salvaguardar algo tan importante como la libertad de expresión, prostituirla pretendiendo que debe dar cobijo a imbéciles que solo pretenden hacer daño a otros, sin que se produzca ningún otro tipo de beneficio para nadie. Durante demasiado tiempo, Twitter ha sido la metáfora de la plaza pública en la que se instala el patíbulo, mientras todos aplauden al verdugo y miran con morbo como el ajusticiado da sus últimos pataleos… antes de cerrar su cuenta.

Hay muchas posibilidades a la hora de preservar un clima razonablemente sano en Twitter, y todas ellas se dirigen a lo mismo: que el insulto y la injuria no salgan gratis. Podemos pensar en convertir en invisibles a aquellos que manifiestan conductas inaceptables, de manera que solo se vean ellos mismos; en desarrollar un sistema de karma que se pierda cuando una conducta es denunciada por un número determinado de usuarios; en expulsiones sumarias de aquellas personas que manifiesten comportamientos asociales acompañado de medidas que dificulten el registro de una nueva cuenta; y por supuesto, en la educación de los usuarios con respecto a los límites de la legalidad y en la disponibilidad de un equipo preparado para enfrentarse a estos casos con determinación, rapidez y operatividad (en mi experiencia personal, las personas que se encargan actualmente de esos temas son muy pocas, muy lentas, tienden inequívocamente a ponerse del lado del que insulta, y ofrecen escaso consuelo o remedio a la situación). Sí, los trolls y el trolling son tan antiguos como internet (o mucho más), pero en Twitter parece haber encontrado su plataforma perfecta.

Si Twitter quiere hacerse atractivo para el usuario medio, tendrá que perder el componente de intimidación que hoy tiene. Tendrá que evitar que existan «justicieros» que van por el mundo dando mandobles a diestro y siniestro, repartiendo supuestos carnets de tuitero como guardianes de la ortodoxia, o creando cuentas con el propósito claro de insultar y descalificar a todo aquello que se ponga en su punto de mira. Tendrá que vigilar a esos campeones de la ironía que se amparan en una supuesta libertad de expresión para insultar de manera inaceptable, detener comportamientos gregarios que incitan al linchamiento, y ponerse del lado del débil cuando tienen lugar. Que muchas personas teman a Twitter porque es susceptible de provocar graves daños a su reputación o de ponerlos en el ojo de un huracán es algo que explica perfectamente la falta de crecimiento de la plataforma. No, no es sencillo en una red con las características de Twitter, pero definitivamente es algo que debe hacerse.

Una cosa es opinar de manera más o menos vehemente, y otra insultar, vejar o linchar públicamente, por mucho que a algunos les divierta. Y no es ya una cuestión de corrección política, de pretender convertir Twitter en Disneylandia o de simple supervivencia empresarial: es actuar como se debe, como haría cualquier persona en cuya plataforma tuviesen lugar esos comportamientos de manera sistemática. Si yo fuese responsable de una plataforma, no me gustaría verla utilizada para causar daño de manera irresponsable, ver cómo surgen bullies jaleados por la masa que se dedican a ganar seguidores y popularidad mediante comportamientos abiertamente crueles. Por el momento, Twitter, a pesar de haberlo dicho, ha sido incapaz de actuar con claridad en este sentido. Cada vez más, aparentemente, va dándose cuenta de que eso se ha convertido en uno de sus principales problemas, una de las causas de su escaso crecimiento. Veremos si es capaz de enderezar su rumbo.

 

This article is also available in English in my Medium page, “Trolls and the future of Twitter«

 

7 comentarios

  • #001
    Marc - 26 diciembre 2015 - 11:13

    Quién insulta o incordia desde el anonimato es un cobarde y simplemente se le tiene que ignorar.

  • #002
    menestro - 26 diciembre 2015 - 15:51

    Enrique, antes de la existencia de Twitter existía algo conocido como dinámicas sociales, que implican que ciertas conductas produzcan como consecuencia natural el rechazo social.

    Eso, es algo connatural a la propia existencia de una «conciencia social», que nos impele a rechazar aquello que es ajeno a la convivencia social. Ayuda a la sociedad a protegerse de los abusos de poder y las normas o imposiciones injustas.

    Por ejemplo, Rosa Parks hubiese sido considerada como un «Troll» en su momento a causa de su rebeldía. Y el rechazo al racismo o a la homofobia, y la consecuente protesta contra la discriminación también podrían considerarse lo que tu llamas un «Mob».

    Si entiendes que hay conductas socialmente reprobables o injustas, tienes que entender que se produzca una sensibilización hacia quien pretende instaurar una forma de actuar desconsiderada con los valores éticos y la sensibilidad social.

    Cuando sufras esa conducta que sensibiliza a un montón de gente, plantéate si el problema es realmente de ellos o una idea mal expresada, o un planteamiento erróneo. La autocrítica también es una forma de reflexión. Y un sentimiento de la ética social a la hora de vender nuestras ideas.

    Las imposturas morales no suelen ser acogidas con simpatía. Disparan un sentido de alarma en la conciencia social, por motivos comprensibles.

    Y no se trata de la manifestación estética tras una expresión artística.

    Censurar la ironía es casi como pretender erradicar la crítica y el sentido común del humor. Una impostura inteligente, es casi como una cortesía de la inteligencia al indicar nuestros errores dándoles un giro persuasivo y cómplice, haciéndonos ver nuestros puntos ciegos.

    Otra cosa es la ridiculización con el propósito de menospreciar. Evidentemente esto último no se aplica la política, donde esa desaprensión es absolutamente necesaria, por supuesto.

    El tema del anonimato, la libertad de expresión y preservar el derecho a la privacidad al tiempo, lo dejamos para otro post.

    Pero me gustaría que tus ideas se difundiesen con el mismo aprecio y simpatía si no fueran acompañadas de unas credenciales. Yo las apreciaría igualmente.

    Como hago con las de todo el mundo, al margen de su título y nobleza, por curioso que parezca.

    Si es algo inteligente, a mí vale con su palabra. No me importa quién sea. Ni tiene que rendirme cuentas.

    En todo caso, me servirá para aprender de mis errores.

    A Grosso modo.

  • #003
    Alejandro - 27 diciembre 2015 - 01:39

    En mi país, Argentina, muchos de los periodistas más importantes declaran no tener cuentas de Twitter por ser la «cloaca de las redes sociales», ser la puerta del baño de la era digital.

    Es increíble que Twitter no reaccione a esta situaciones y reparen el problema.
    En este momento, sin duda, la principal barrera al crecimiento.

    Hoy existe la tecnología como para clasificar a los usuarios por su nivel de agresividad.

    Perfectamente los usuarios podrían elegir eliminar de su vista a todos los usuarios que no se comporte en forma civilizada. Un bloqueo aromático por contenido en lugar del bloqueo explícito por usuarios.

  • #004
    José Juan Picos Freire - 27 diciembre 2015 - 09:42

    Buenos días, Enrique. Entiendo que ese hábito del desprecio sistemático hacia quien no opine igual, obvio a diario en las redes, está en la raíz de portadas como la de El Jueves y en la violencia de una miríada de tuits en los que se califica de «gilipollas» a los votantes de PP y PSOE, partidos, por cierto, a los que no he votado. Su artículo me hace pensar que, antes de Twitter, Facebook y demás, se podía sospechar el bajo nivel de tono muscular intelectual en nuestras sociedades; hoy, gracias a las redes, se puede confirmar sinbtemorca error. Su evidencia es la profileración del insulto y, en consecuencia, la creación de un «pensamiento único», opuesto, pero mellizo, de aquel que tanto temíamos en tiempos de Aznar. Gracias por su tiempo y su espacio.

  • #005
    Victor - 27 diciembre 2015 - 12:01

    No es cierto que sea imposible definir de manera más o menos objetiva lo que es acoso. Desde luego, es absurdo que el acoso lo defina una de las partes, ni «víctima» ni «acosador». Porque si hacemos eso, llegamos a situaciones que se comienzan a vivir hoy en día, donde de forma efectiva se censura a quien plantea una crítica o reflexión contraria a una idea expresada por la «víctima». Estamos llegando a un punto en que mucha gente empieza a ser intolerante ante las críticas y usar la carta de víctima soluciona esos problemas.

    Y parece que a tí te parece normal, cuando no lo es. El acoso puede ser más o menos acotado o definido de forma objetiva y se pueden plantear medidas para situaciones excepcionales. Pero la crítica, por muy cruda que sea, sigue siendo crítica por mucho que se queje la «víctima». Que Twitter está lleno de personas que pontifican y no aceptan la disensión.

  • #006
    Alejandro - 29 diciembre 2015 - 10:21

    Esconder el trolleo, el acoso y el incivismo en general detrás de la cortina de humo de la dificultad en definirlo es una respuesta insuficiente, que sólo se pone de parte de los abusadores del sistema. Definir el acoso, el insulto y la falta de civismo es una labor social. Se me ocurre una interesante comparación con el porno: la famosa sentencia del Supremo de EEUU que dijo (parafraseando) «No sé definirlo, pero sé lo que es cuando lo veo».

    En cuanto a que el acoso lo defina una de las partes, ¿qué otra alternativa queda? ¿El juicio de tercero (idealmente no interesado), quizá? A este respecto yo diría dos cosas
    1) Si una de las dos partes de una conversación siente la necesidad de elevar la voz para decir que se siente insultada o acosada, es posible que tenga razón.
    2) A la hora del juicio sobre lo que es lícito o no, el problema de las «víctimas profesionales» se soluciona atendiendo, estadísticamente, a la opinión de la persona media, y no de la más sensible, del grupo social afectado.

  • #007
    Ignacio - 29 diciembre 2015 - 12:35

    Algo parecido pasa en Youtube pero más grave ya que directamente hay bullies o matones que se dedican a hacer vídeos insultando, desprestigiando, incluso amenazando a otros usuarios que suben vídeos. Esta forma de actuar encima les genera beneficios económicos ya que se convierten en «polémicos» y tienen muchas visitas con lo que la red social «Youtube» no solo no actúa en su contra sino que les potencia.

    Se pueden encontrar peticiones en los comentarios de esos canales donde les sugieren a los malotes vídeos o usuarios con los que cebarse y muchas veces directamente maltratar, ya que cuando cogen a un inocente toda su tropa de seguidores acude al canal víctima a insultar y vejar.

    Todo un despropósito rentable y con el que se lucra el maltratador, Youtube y con consecuencias para el inocente que pasaba por allí y subió un vídeo desprevenido de que la cosa podía acabar así, muchas veces adolescentes que ven como su vida en su instituto, pueblo y entorno se convierte en un infierno.

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