Confieso que no tengo «buena» ni «mala» orientación: sencillamente no tengo orientación. Si en una bifurcación mi instinto dice «izquierda», la opción correcta será, sin excepción, «derecha». Crecí en una ciudad relativamente pequeña y manejable, La Coruña, en la que prácticamente siempre sabes donde estás, y si te despistas, te caes al mar. Madrid es mucho más grande de lo que mi cerebro puede abarcar. Pero ya si además me metes en un túnel sin referencias visuales, mi cerebro se convierte en un generador constante de decisiones erróneas, y puedo acabar en cualquier sitio. Con la M30, era una pesadilla: entraba en sus túneles y, de repente, el GPS desaparecía, el navegador recalculaba presa de un aparente ...