¿Europa sin redes sociales tóxicas? Una pregunta cada vez más razonable

IMAGE: A screen capture from a social network simulating a coup d'état in France

El reciente episodio del vídeo generado con inteligencia artificial que afirmaba, falsamente, que se había producido un golpe de Estado en Francia no es una simple anécdota ni un error aislado. Es, más bien, un síntoma evidente de una enfermedad mucho más profunda: la absoluta incapacidad, o peor aún, la absoluta falta de voluntad, de las grandes plataformas sociales para asumir la responsabilidad que les corresponde en la protección de las democracias en las que operan.

Que un contenido de ese calibre pudiera circular durante días, acumular millones de visualizaciones y provocar incluso alertas diplomáticas antes de ser retirado no es un fallo técnico. Es negligencia estructural. Es priorizar los ingresos por encima de cualquier otra cosa, por importante o sagrada que pueda ser.

La reacción de Emmanuel Macron ha puesto voz a una preocupación que se extiende mucho más allá de Francia. Macron explicó que su equipo reportó el vídeo a través de Pharos, el portal oficial francés de señalamiento de contenidos ilícitos para que Meta lo retirara, pero la plataforma consideró que «no contravenía sus normas de uso», lo que obligó a una intervención directa posterior para su eliminación. El vídeo, que se publicó el 9 de diciembre y mostraba a una supuesta periodista informando de un golpe respaldado por un coronel, alcanzó decenas de millones de visualizaciones antes de desaparecer de la vista pública. Meta, simplemente, estaba haciendo caja con él.

Conviene dejar algo claro: Macron no ha pedido formalmente el cierre de Facebook o Instagram en Francia, pero el tono de sus declaraciones marca un punto de inflexión. Ya no estamos ante una discusión abstracta sobre moderación de contenidos, sino ante un evidente problema de seguridad democrática. Cuando una plataforma permite que una falsedad de ese calibre se propague sin control y se niega a eliminarlo cuando se le solicita con argumentos claros, no estamos hablando de libertad de expresión, sino de desinformación masiva con potencial desestabilizador. Y eso, en cualquier Estado de derecho, tiene consecuencias.

Este caso no es un evento aislado, sino un reflejo de una tendencia que se repite en múltiples contextos: plataformas como las de Meta (Facebook, Instagram), TikTok o X han demostrado reiteradamente su absoluta incapacidad y su falta de voluntad para gestionar de forma fiable la difusión de contenidos peligrosos o manipuladores, y con la popularización de la inteligencia artificial generativa, el asunto se ha hecho mucho más peligroso. La Comisión Europea ha encontrado recientemente a Meta y TikTok en presunto incumplimiento de sus obligaciones de transparencia bajo la Ley de Servicios Digitales (DSA) por restringir indebidamente el acceso de investigadores a datos fundamentales para evaluar la moderación de contenidos y por no proporcionar a los usuarios mecanismos eficaces para denunciar contenidos ilegales: no sólo dejan pasar cualquier contenido por tóxico que pueda ser, sino que además dificultan que se investigue y se comprenda por qué ocurre.

Bajo el mismo reglamento, X ha sido sancionada directamente por la Unión Europea con una multa de 120 millones de euros por falta de transparencia en publicidad y diseño engañoso, en un caso que revela la persistente y alarmante falta de rendición de cuentas de estas plataformas.

Meta alegó que incluso el propio marco regulatorio europeo, como el Reglamento de Transparencia y Publicidad Política, le obligó a dejar de vender publicidad política en la Unión Europea, subrayando las tensiones entre sus operaciones globales y los requisitos regulatorios europeos.

Frente a este panorama, una pregunta que hace unos años habría parecido exagerada empieza a sonar inquietantemente sensata: ¿tiene sentido para Europa seguir permitiendo la operación de redes sociales que, de forma probada, patente y reiterada, ponen en peligro sus procesos democráticos? Si una empresa no puede o no quiere cumplir unas reglas básicas de convivencia democrática, ¿por qué debería tener acceso total a cientos de millones de ciudadanos europeos?

La idea de retirar del mercado europeo plataformas como Facebook, Instagram, TikTok o X suele generar reacciones viscerales, con acusaciones de censura, autoritarismo o ataque a la libertad de expresión. Pero conviene analizar la cuestión con algo más de rigor. No se trata de silenciar opiniones ni de limitar el derecho de los ciudadanos a comunicarse, sino de dejar de tolerar productos cuyo diseño favorece activamente la desinformación, la polarización y la manipulación emocional, y que han demostrado ser herramientas eficaces para erosionar elecciones, desacreditar instituciones y contaminar el debate público.

La Unión Europea, a través de la Ley de Servicios Digitales (DSA), ha intentado establecer un marco donde las plataformas asuman obligaciones claras para moderar contenidos ilegales y transparentar sus decisiones, incluyendo la obligación de proveer datos sobre moderación y permitir mecanismos de apelación para los usuarios. Sin embargo, los casos recientes muestran que incluso con estas herramientas legales, la respuesta de las plataformas es insuficiente y muchas veces reactiva, llegando sólo después de que el daño ya está hecho, cuando ya han podido generar el tráfico y los ingresos correspondientes.

Europa ya ha demostrado en otros ámbitos que sabe establecer líneas rojas claras: se han retirado productos del mercado por razones de seguridad alimentaria, sanitaria o medioambiental sin que nadie lo considere un ataque a las libertades fundamentales. ¿Por qué debería ser diferente cuando lo que está en juego es la salud del espacio público, la salud mental de las personas y la estabilidad de los sistemas democráticos? Retirar estas aplicaciones de las tiendas, imponer sanciones verdaderamente disuasorias y obligar a las empresas a cerrar las cuentas de usuarios europeos si persisten en incumplir la ley no es una fantasía distópica, sino una opción regulatoria perfectamente legítima.

Es evidente que una decisión de este calibre tendría costes y efectos colaterales. Muchas personas, medios y organizaciones dependen hoy de estas plataformas para comunicarse, y el vacío no se llenaría de forma inmediata, aunque podría genera oportunidades muy interesantes. Pero también es cierto que Europa podría (y debería) fomentar alternativas más saludables, transparentes y alineadas con sus valores democráticos, en lugar de resignarse a una dependencia crónica de empresas que han demostrado, una y otra vez, una alarmante falta de responsabilidad frente a riesgos concretos para la democracia. Con la llegada de la inteligencia artificial generativa, no sólo crear contenidos debería ser más sencillo: también debería serlo el eliminarlos.

La cuestión de fondo ya no es si prohibir o expulsar a estas plataformas sería una medida extrema o injustificable: la verdadera pregunta es si seguir tolerando su comportamiento no lo es aún más. Cada bulo viral, cada campaña de manipulación y cada ataque a la confianza pública nos acerca a una conclusión incómoda pero cada vez más difícil de ignorar: quizás Europa estaría mejor sin redes sociales tóxicas diseñadas específicamente para amplificar el ruido, la mentira y el conflicto. Defender la democracia puede implicar, llegado el momento, prescindir de quienes hacen negocio debilitándola.

8 comentarios

  • #001
    Carlos - 27 diciembre 2025 - 13:03

    Una situación de mierda sin duda: por un lado el temor a bloquear el acceso hasta que cumplan con la ley, y que los extremistas se pongan a caldear a su ya calentita y drogada población. Y por otro, la cada vez mayor sensación de “parias” por otra parte importante de la población por años ya de dejarnos abusar de manera casi impune.
    Una Unión Europea con sus propias redes, sustentadas bajo los valores que queremos no lo veo una utopía, si no una necesidad. La “magia “ de las redes sociales la crea finalmente los usuarios si tan solo les das una plataforma.

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    • JM - 27 diciembre 2025 - 14:10

      Como medida paliativa para que la gente pudiese sacar sus datos de Meta y otras plataformas se podría obligar a que ofreciesen mecanismos de exportación de datos y en paralelo permitir que desarrolladores independientes los creasen.

      No hay impedimentos técnicos para ello más allá de las trabas que ponga la propia plataforma. Los impedimentos son legales.

      Esto también representaría una medida de presión contra estas plataformas, ya que permitiría a los usuarios moverse fácilmente de una a otra si la actual les resulta opresiva o incómoda.

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  • #003
    Julian - 27 diciembre 2025 - 14:45

    Los bulos siempre han existido, la diferencia es que antes confiábamos más en la televisión y los periódicos para contrastar las noticias. Esa opción ha desaparecido, ya no existen periodistas que hagan trabajo de investigación, solo propaganda. Si no podemos creernos lo que dice el periódico, empezamos a prestar atención a lo que dicen nuestros semejantes en redes sociales y chats.

    La solución que propones no solo es ingenua, ya que no se pueden «desinventar» las redes sociales, sino probablemente nociva, retirando el poco aire fresco que pueda haber en el panorama informativo. Necesitamos más individuos (periodistas o no) que expongan información de calidad, y las redes sociales es la vía para darse a conocer y que la gente discrimine quien miente y quien no. Yo no hubiera conocido este blog y leído los artículos durante años si no hubiera sido por las redes sociales.

    Te animo a pensar otra vez si la censura y la prohibición es la mejor solución. Un saludo

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  • #004
    Xaquín - 27 diciembre 2025 - 15:59

    «un síntoma evidente de una enfermedad mucho más profunda: la absoluta incapacidad, o peor aún, la absoluta falta de voluntad, de las » (personas para interactuar con la realidad y sus manifestaciones virtuales) (EDans).

    Sobre el texto ya no me enrollo, me llega con continuar tu frase.

    Pero no me importa añadir un dato que reafirma lo dicho…

    Aparte de no pensar que va en serio la noticia (filtros propios), tengo a Tío Google para hacer una pequeña consulta sobre el particular… y, a fuer de ser sinceros, también tengo a mi parcela de X, para comprobar que no forma parte de los tuits que son «creibles/pensables»…

    Ah coño, pero es que ahora hay una tipiña, en la misma X, que me dice lo siguiente: «No, no es cierto que haya ocurrido un golpe de estado en Francia. Lo que ha circulado recientemente es un vídeo falso generado por IA…» Y mis respectivos filtros, como no…

    Pero claro, el sudor generado por esta esforzada consulta no tiene límites… y, además ya sabemos que, la culpa es de las crías humanas, que nacen para descarriarse, no de los adultos que prefieren mantenerlas en Babia, para manipularlas mejor. Diciendo incluso aquello de, «líbrenos algún dios de la maléfica internet!!!

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  • #005
    Mauricio - 27 diciembre 2025 - 16:11

    «En el extremo del aislamiento el secretario hizo entonces una alusión a los pasquines. El juez Arcadio se encogió de hombros.
    —Tú también estás pendiente de esa pendejada —dijo, tuteándolo por primera vez.
    El secretario no tenía deseos de seguir conversando, extenuado por el hambre y la sofocación, pero no creyó que los pasquines fueran una tontería. “Ya hubo el primer muerto” dijo. “Si las cosas siguen así tendremos una mala época”. Y contó la historia de un pueblo que fue liquidado en siete días por los pasquines. Sus habitantes terminaron matándose entre sí. Los sobrevivientes desenterraron y se llevaron los huesos de sus muertos para estar seguros de no volver jamás.»

    Gabriel García Márquez
    La mala hora (1962)

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  • #006
    Gorki - 27 diciembre 2025 - 16:51

    De la difusión no son solo culpables las redes sociales, sino:
    Los proveedores de servicios de Internet como Moviestar, Orange y Vodafone
    Las compañías de telefonía móvil, los anteriores mas MásMóvil / Yoigo
    Los proveedores de suministro eléctrico, como Endesa e Hiberdrola
    Los fabricantes de aparatos con pantallas de plasma como Apple, o LG.
    .
    Todos ellos cómplices necesarios para la difusión de ese contenido, ¿Por qué nadie hace responsable a estas empresas del control de los contenidos que se difunden con los servicios que prestan y a las RRSS si?

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    • Lua - 27 diciembre 2025 - 17:01

      Igual es, porque el Ministerio de Transportes, no tiene la culpa de que seas un gilipollas circulando a 200Km/h…. no?

      Él solo pone la carretera/autovía. No pone el coche.

      La autovía = Proveedor de iNet/conexión.
      El coche = RRSS (culpable de que alcances los 200km/h)
      El bulo = quien va dentro del coche, apretando el acelerador.

      A veces (casi siempre) haces unas comparaciones, digamos, de risa.

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  • #008
    Gon - 27 diciembre 2025 - 17:30

    Seria bueno para la salud democrática quitarnos de encima la capacidad de influir de las redes sociales.

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