Me ha costado mucho tiempo sentarme a escribir sobre este tema, y no precisamente por falta de ganas. Al principio, simplemente no me lo creía: me parecía tan desproporcionado, tan ridículo, que asumí que sería un error puntual, un exceso temporal que se corregiría en cuanto alguien razonable lo revisara mínimamente.
Después, cuando vi que no desaparecía sino que se institucionalizaba, con jueces respaldando alegremente bloqueos masivos e indiscriminados de direcciones IP, como si cortar el acceso a miles de servicios legítimos fuese una medida aceptable en una democracia, me invadió una sensación de incredulidad aún mayor. ¿Cómo podía estar ocurriendo algo tan evidentemente disparatado, sin que nadie en el poder judicial se detuviera a considerar el descomunal desequilibrio de la ...