Cuarta columna en Libertad Digital

Mi cuarta columna en la sección Internet de Libertad Digital, titulada «Patente estupidez«. Habla de los mismos listillos que citaba al final del post anterior, y de como aprovechan un sistema desde mi punto de vista obsoleto como el de las patentes para intentar aprovecharse de otros de una manera inherentemente perversa. Las patentes como freno al progreso y la innovación.

4 comentarios

  • #001
    Juan Luis - 16 diciembre 2004 - 20:23

    Si la verdad es que un mundo como el de hoy, donde en teoría debería reinar la libre competencia tenemos las patentes que justo hacen lo contario -> evitar la libre competencia.

  • #002
    Julio Alonso - 16 diciembre 2004 - 20:58

    Después de ese título, el siguiente artículo en Libertad Digital ¿qué será?¿La quintacolumna? :)

    Me gustan tus títulos de dos palabras, muy conseguidos.

  • #003
    Pablo Martínez-Almeida - 17 diciembre 2004 - 10:24

    Tal como entiendo el artículo de Enrique el problema de las patentes no es tanto su existencia, sino el uso perverso del sistema, lo que haría necesaria una reforma del mismo para evitar abusos y situaciones absurdas. Por supuesto el advenimiento de la tecnología digital cambia muchas cosas, que deberían tenerse en cuenta en la reforma.

    No creo que nadie dude de la necesidad de una protección de la propiedad y el mercado puede ayudar, con las debidas condiciones de transparencias, a preservar la competencia.

  • #004
    Pablo Rodríguez - 18 diciembre 2004 - 11:23

    Enrique, la legislación estadounidense permite las patentes tanto de programación como de métodos de negocio, por lo que tampoco hay tanto de lo que extrañarse. El caso que citas es una pantente trivial, pero me parece que lo grave del asunto no es tanto este punto, como la cuestión de que no debemos patentar ni ideas ni cuestiones puramente formales, sino sólo productos físicos que funcionen. El ejemplo típico de patentes son los medicamentos, aunque ese es un mal ejemplo, porque en la mayoría del mundo occidental (excepto Estados Unidos) controla el precio de los medicamentos antes de otorgar las patentes (y el gobierno estadounidense puede imponer licencias obligatorias, como ha pasado cuando el carbunco y Bayer).

    Todo el sistema de lo que los angloparlantes llaman «intellectual property» está basado en un contrato social. El público, la ciudadanía o la sociedad en su conjunto se beneficia, porque otorga la exclusividad en la distrubución de las obras por un período limitado de tiempo, para favorecer la creatividad. Pero el sistema, la regulación, es un medio, no un fin. El caso de las patentes es distinto, porque su concesión no es automática. La idea es muy sencilla: no se trata de que los científicos tengan un derecho moral sobre sus invenciones (algo que sería realmente absurdo), sino que si revelan el secreto de su invención (que tiene que ser novedosa, susceptible de aplicación industrial y no ser evidente para alguien versado en el campo de aplicación, según la Convención Europea de Patentes), se le otorga un derecho exclusivo limitado temporalmente. Pero precisamente por eso, no tiene ningún sentido otorgar patentes a cosas que no pueden ocultarse, que es en parte el problema de las patentes de programación y de métodos de negocio, y en general de las patentes de ideas o patentes formales.

    De esta confusión surge un equívoco mayor que es pensar que las patentes son el modo de proteger la innovación. Y ante esto cabe preguntarse: ¿qué, de qué y contra qué se protege la innovación? Las patentes fueron un buen método para proteger invenciones de productos físicos en una sociedad industrial, pero son y serán nefastas para proteger fundamentalmente ideas ingeniosas en un mundo digital (como son los algoritmos de compresión LZW y MP3, por poner dos ejemplos de patentes no triviales que retardan la innovación). Si la afirmación anterior es poco clara, precisamente podemos hablar de informática, porque las patentes se han introducido relativamente tarde (para su breve historia) y sólo en Estados Unidos. Si los primeros ordenadores personales se hubiesen patentado, la informática doméstica no sería hoy lo que es. Gracias a que IBM publicó su especificación sobre la arquitectura de sus ordenadores personales, hoy el negocio está no en los ordenadores, sino en lo que podemos hacer con ellos.

    Por último (que ya me estoy alargando demasiado), me temo que la extorsión legal por una cartera de patentes no es un uso abusivo, es algo que el propio sistema, nos guste o no, permite. Esos efectos secundarios sólo se evitarán en la medida en seamos muy estrictos en la concesión de patentes, esto es, en la protección de los auténticos inventos (que en un mundo tecnológico serán cada vez menos).

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